"Cuidesé"


Historias de vida: “Cuidesé”
L.M. tiene 17 años, el cuerpo flaco, la cara morena y una ancha sonrisa de dientes blanquísimos y desparejos y sobrepuestos desde niño.
Lo conozco desde que tenía 5 años. Fue alumno de mi escuela, y después de ésa, nunca más volvió a otra. Terminó bordeando los 15 años. Como Directora de la escuela, y en coincidencia con las compañeras que fueron sus maestras, entendimos que había que entregarle la libreta dando por cumplida y terminada la escolaridad primaria con todo lo que eso implica. Si este es tema que deba discutirse, no lo haré ahora.
Tenía 5 años, estaba en primer grado y era casi tan alto como su maestra de entonces.
Según el relato de la maestra, un buen día (o mal día) se levantó de su asiento, se dirigió resueltamente al frente y sin que mediara agua va, le pegó una cachetada.
Luisito, como lo conocimos entonces, delante de su mamá y con la maestra presente , le pidió disculpas. Luego hizo lo mismo, ese fue el trato, delante de los otros chicos del grado.
Nunca a esa maestra esto le resultó suficiente y me acusaba de una cierta indulgencia, pese a los cual debo decir que no hubo en lo sucesivo otros episodios de violencia de Luisito a los docentes.
Luisito se peleaba como se pelean todos los chicos, sobre todo “esos”, con los otros chicos. Quizás, lo admito, un poco más, en relación inversa a que reaccionar le llevaba algo menos de tiempo que a los otros. En mi opinión, nada que debiera de considerarse excesivamente grave ya que respondía a los llamados de atención de los adultos. Cuando tenía que recibir algún reto, nos lanzaba un “¡Andá!”… fastidioso ,mientras se limpiaba los mocos con la manga, cosa que no resentía demasiado el orden de la escuela.
En relación a ese primer y único episodio en que le pegó una cachetada a su maestra, si debe de considerarse que entre el pensamiento y el acto hay siempre un “algo”, que nadie simplemente se levanta de su asiento y le pega un cachetazo a otro, sobre todo si tiene sólo 5 años, digo, si ese es tema que deba discutirse, tampoco lo haré ahora.
L.M tuvo como tantos otros chicos muchas dificultades para alfabetizarse.
Pasado un tiempo(no podría ahora precisar cuánto) descubrimos que era parcialmente sordo. Sin duda eso contribuye a explicar los gritos estridentes y desgarradores que aportaba antes de que lo operaran en un Hospital Público, cuando tenía cerca de 10 años, al bullicio general de la escuela.
Pasaron 5 años de su ingreso antes de que estuviese más o menos en la condición física deseable, y esto concediendo de que chicos como los de mi escuela la llegan a bordean alguna vez. Para entonces, el tiempo ya había sido demasiado largo como para borrar las marcas del “no aprende”, “se porta mal”, “le falta un caramelo” como les gusta decir inexplicablemente a algunas compañeras.
De las sucesivas y obligadas frecuentes charlas con la mamá, fuimos sabiendo muchas cosas. Por ejemplo: Como el papá de Luisito trabajaba de sereno, necesitaba dormir durante el día. Como la casa era muy pequeña y era necesario silencio, Luisito estaba obligado a estar en la cama exactamente el mismo tiempo que empleara el papá en dormir, para no despertarlo con sus ruidos.
El papá de Luisito tomaba mucho porque entendía que era de hombres hacerlo. Luisito empezó a tomar alrededor de los 12 ó 13 años.
El papá de Luisito le prohibía a la mamá el uso de anticonceptivos porque quería que estuviera siempre preñada así ningún otro hombre la miraba.
El papá de Luisito tenía un gran orgullo de tener un hijo varón, y una gran desilusión de este “defecto”, la sordera…
En términos escolares, la incorporación de de Luisito al Multigrado, operó milagros.
En ese momento, el mérito fue fundamentalmente de las compañeras que se sucedieron para atenderlo.
El Multigrado fue una decisión institucional, adoptada en reunión Plenaria a instancia de una maestra. El “Multi” nació para no ser un “depósito de chicos”.
Pero ninguna decisión colectiva tiene éxito sino hay quien sea capaz de sostenerla con el cuerpo. Esas compañeras que fueron maestras de Luisito son cultas, inquietas profesionalmente y sobre todo tienen un compromiso irrenunciable con la inclusión social y con la escuela pública.
Va de suyo que estoy profundamente convencida de que si bien no siempre es posible vencer las limitaciones del medio, (porque la escuela, se sabe, no puede por si misma igualar lo que es socialmente diferente) es imposible hacerlo sin las condiciones que le reconozco a éstas como a tantas otras valiosas compañeras.
L. M. se alfabetizó. Trabajosamente fue dominando la magia del deletreo hasta llegar a completar una lectura. Trabajosamente, también, con letras grandes y desparejas, casi siempre en imprenta, recorrió también la aventura de la escritura.
L. M. había crecido. Era un niño grande. Atendiendo a eso le propusimos a su mamá y a él integrarlo a 6xto grado, para que sus compañeros tuvieran más o menos su edad. Le dijimos también que tendría una tarea especial para su nivel siempre que no pudiera seguir el de los demás…
Las compañeras que lo recibieron en 6to lo hicieron con responsabilidad y amor.
Sin embargo L.M. un día entró resueltamente a Dirección y me planteó: “Yo quiero volver al Multi. Es más para mi. No me siento cómodo en 6xto”.
Hicimos lo que creo que hay que hacer: ¿Quién mejor que él mismo para saber cual era su lugar?
Pero ¿Por qué pudo L. M. plantearme con tanta claridad que quería volver al Multi? ¿Por qué ser un niño del Multi no era vergonzoso ni malo?
¡Por qué sus excelentes maestras NO hicieron del Multi un “depósito de chicos” sino un taller de aprendizaje! Cada niño tenía su lugar y su posibilidad.
Dejaré para otro momento mi convección profunda de que la escuela debiera de ser así siempre: un taller de aprendizaje PARA TODOS, donde cada uno tenga su lugar y su posibilidad. Digo para todos en incluyo también a los adultos, docentes y no docentes que trabajan en ella y están en contacto con los niños.
L.M. terminó la escuela, con los límites que la vida le puso y que ya explicité.
Trabaja de ciruja. Tiene un carro y pasa siempre por la misma zona, por acá, cerca del gremio.
Me acerco a saludarlo cada vez que lo veo . Me recibe siempre con su sonrisa poblada de dientes y su mirada, ahora límpida, sin rencores, como si la vida no tuviera con él cuentas pendientes.
En uno de estos días de tanto calor me acerqué a llevarle unas frutas y agua fresca.
Por un rato, sorprendido, pareció ser el chico que corría por el patio de la escuela, con todo su desolador futuro a cuestas.
Apartó el pucho que estaba fumando y me saludó con un beso como siempre mientras me agradecía.
Charlamos un poco de esas cosas. Cuando me iba me dijo preocupado: “Que ande bien, ¡cuidesé!!”
¿Cuidesé? ¿Soy yo la que estoy “descuidada”? ¿Soy yo acaso la que se tiene que cuidar? ¿No será que yo y los de mi edad debiéramos de poder seguir cuidando de Lusito, y de los tantos niños y jóvenes como él?
No he podido dejar de pensar esto desde entonces. No supe qué contestarle. NO supe a él, que ya no es niño, qué decirle.

Elena Rigatuso
Directora Esc. Nª661 “Nicasio Oroño”
Enero 2010

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