De escuelas,chicos, maestros, padres y televisores.

En ese microcosmos que es la escuela, en esa sociedad pequeña que formamos, tenemos la misma clase de problemas que los que ocurren allá afuera, en la grande. Por más que durante siglos nos hayamos esmerado en levantar muros que nos aislaran, los que entramos y salimos del supuesto “templo del saber” formamos parte de la estructura social, ocupamos tal o cual lugar en la producción, nos corresponde este pedacito o tan solo la miguita de la torta que se reparte.
En síntesis, nos pasan las mismas cosas que al resto de los mortales, es más, nuestra sacra institución está poblada por pequeños mortalitos, hijos de mortales mayores, que envían a sus pequeños para que les enseñemos aquellos conocimientos que se consideran indispensables para vivir en sociedad, para que los eduquemos.
Ahora bien, no sólo la escuela educa. En esta tarea, tenemos grandes ayudas, por ejemplo la tele.
Contra todos los prejuicios hacia la caja boba, sostengo firmemente, desde la más profunda convicción que la televisión es altamente educativa.
Para los escépticos, ofrezco una esquina del patio de alguna escuela. Desde allí se podrán observar las relaciones entre los niños, y cómo se repiten las escenas de los programas que vieron la noche anterior.
La televisión educa no sólo a los niños, también lo hace con los grandes.
Para educar mejor, el sistema ha realizado una profunda selección de sus maestros, de los maestros de la tele.
Los maestros de la tele son creíbles porque son parte de nuestras vidas, siempre están acompañándonos. ¡Hace tanto tiempo que los conocemos! Hasta almuerzan con nosotros, conocemos sus amores, sus separaciones, sus hijos y sus perros, sus autos y sus casas. Y son tan bellos. Y les ha ido tan bien en la vida, todo a fuerza de trabajo y de pagar los impuestos, porque a ellos nadie les regaló nada.
Sus clases tienen amplificadores, y llegan a todos los hogares.
Uno de los programas más educativos es el del señor Marcelo.
Por popularidad, por puntos de raiting, es el que mejor logra penetrar en los pensamientos e ideas del común de los mortales (y de los mortalitos).
Analicemos un ejemplo.
En los últimos días el señor Marcelo dio una clase magistral de Formación Ética y Ciudadana, claro que vinieron dos maestras auxiliares a reforzarla: Mirta y Susana. Los conceptos por él transmitidos fueron ampliamente asimilados por la tele audiencia ciudadana. Yo lo he comprobado desde la práctica. He observado que cada vez que el señor da la clase sobre seguridad, pidiendo las penas máximas más allá de la edad del imputado, al otro día o a más tardar al siguiente, algunos padres se acercan por las escuelas pidiendo la expulsión de fulano o de mengano, y no importa si está en primero o en segundo grado. Es que acá tampoco interesa la edad del imputado.
El debate se arma por lo general en la puerta, a la hora de la salida: “¿Te enteraste del morochito de al lado? Le pegó en el recreo, le levantó la pollera, le tiró del pelo, la miró de soslayo. Y a ver qué hace la maestra, la vice y la directora. Y si no a los medios, hasta el ministerio no paramos. Si no empezamos de chiquitos, después así terminan: matándonos.”
Así es. Es que las voces de la pantalla impregnan hasta la sopa que tomamos.
Se meten en los salones, en los recreos, en las salas de maestros, en las direcciones, en los baños. Nos dictan los pasos a seguir porque la educación que nos transmiten tienen implicancias prácticas:
“Mirar bien y para todos lados.
Tener cuidado. No hablar con extraños. Echar la manzana podrida antes que pudra a las de al lado, a las que se sientan cerca de su banco.
Requisar las mochilas, detectar los metales, suprimir los compases. Seleccionar la matrícula. Expulsar al que viene tan desviado”

Y sí, en ese microcosmos que es la escuela, en esa sociedad pequeña que formamos, tenemos la misma clase de problemas que los que ocurren allá afuera, en la grande
Y los maestros mediáticos nos dicen cómo solucionarlos: pena de muerte, encarcelar desde temprano, encerrarlos.

Eso es lo que nos están enseñando.
Muchas organizaciones sociales han acuñado una consigna. Sencilla, clara, para que todos la entendamos: “ningún pibe nace chorro”.
Los maestros somos los mejores testigos de la veracidad de este enunciado. Ningún pibe nace chorro. Nosotros lo sabemos, porque lo vivimos a diario. Los vemos en las escuelas, los miramos, hablamos con ellos, les corregimos el cuaderno, nos dan besos, a veces los retamos, nos enojamos, nos amigamos. Ningún pibe nace chorro ni consumiendo paco. De esto, en las escuelas sabemos demasiado, los pibes no nacen chorros. Debemos salir a atestiguarlo, cuando después de unos años leemos los nombres de los que fueron nuestros alumnos en la sección policial de los diarios.

Los maestros de las escuelas tenemos algo que decirles a los maestros mediáticos, que pretenden arrebatarnos nuestro rol de educadores. Tendremos que dar más fuerte las clases de Formación Ética, atrevernos a buscar las causas de nuestros males, y no sólo ver los efectos. Buscar las causas y las consecuencias, y también a los responsables. Y salir a gritarlo por todos lados. Ningún pibe nace chorro. Y ninguna manzana se pudre cuando se garantizan las condiciones necesarias para una vida digna.

Betty Jouve

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